El soldado medio dormido montaba guardia junto a la tumba. ¿Por qué?, por una tontería: aquél judío había prometido resucitar al tercer día. Por eso. De pronto, la piedra del sepulcro se movió dejando pasar una luz blanca y sorprendente. Acto seguido salió el judío, desnudo y luminoso. El soldado alucinaba. -Pe..pe.., pero... la cruz... tu...tu... muerte... -Todo fué una broma, muchacho. Yo soy Dios. -¿Dios?, ¿dios...?, pero, ¿cuál de ellos?. -Todos. -¡Todos...!. Madre mia.., dijo el soldado. Y desapareció. Apareció veinte siglos más tarde en un campo de fútbol. -¡Orsay!, ¡Orsay!, gritaba desaforadamente.
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