martes, 27 de abril de 2021

NOTICIARIO.


En cada uno de nosotros coexisten las cuatro eras tradicionales de la humanidad: Edad de oro, plata, bronce, hierro. Son, de hecho, simultáneas, pero también pueden interpretarse como fases temporales, reales o míticas; como distintos niveles de una misma realidad, como etapas progresivas (o regresivas) de un único fenómeno, como ampliaciones (o reducciones) sucesivas de una realidad inmutable, como hitos de un proceso natural o manifestaciones de un ritmo cósmico..


Veamos ahora sus características.

En la edad de oro todo es evidente, no se hace necesario intepretar ni comprender nada porque no hay separación entre las cosas. La realidad es contínua en su totalidad, no hay diferencias entre el todo y las partes, cualquier punto es el centro y ninguno está excluido de serlo.
La realidad puede dividirse y subdividirse hasta el infinito sin romper esta relación, sin intermediarios ni fisuras. La relación resulta fácil puesto que es lo más natural, es, incluso, inevitable. Existe una empatía universal, un baño común que lo incluye todo aplicándose a cada cosa según su naturaleza. Es una armonía inevitable.

Todas las demás eras, en cambio, serán una ruptura, un distanciamiento de de esta primera y paradisíaca condición.
¿Cómo surge la ruptura?.
Es posible que el paraíso sea por definición un estado que no se puede mantener indefinidamente, un equilibrio inestable, o que el deterioro progresivo esté implícito en su condición pluscuamperfecta, o, incluso, que sea tan solo una faceta de alguna realidad más rica y variada...

Lo cierto es que surge una división. Algo se interpone ante lo real. Un velo, tenue, pero efectivo, ha irrumpido en la perfección sembrando ¿qué? Muchas cosas.
En primer lugar, la división misma. Espacio (aquí y allí), tiempo (antes,ahora,..), oposición (yo, no yo). Todo esto tiene un nombre: conflicto.Y se manifiesta de muchas formas, afectando a cada cosa según su naturaleza específica, pues una vez bloqueado el origen, la complicación es inevitable.
Al romperse la continuidad ya no es posible una relación sin intermediarios, de tal manera que toda relación tendrá que hacerse a través de una interpretación, una visión parcial y particular, individualizada.
Suge también la cantidad como factor de relación. Lo más natural ahora es comunicarse a través de un elemento que actúa como intermediario, una imagen, un símbolo, un ídolo.
No es ya la realidad lo que actúa, sino una réplica de la misma, una representación. Se hace necesaria entonces la presencia de un signo, de una versión de la realidad, de un lenguaje.

Individualización, cuantificación, lenguaje. Cualquier proceso deberá contener estos elementos, puesto que al no haber ya una sola cosa, cada parte de la realidad se separa del resto, se independiza y aisla. Al existir un uno independiente, habrá también un dos y un tres,... La cantidad impone su presencia y al hacerlo cada parte separada establece una relación diferente, particular, con la unidad perdida, adopta un lenguaje, un conjunto de símbolos a través de los cuales se comunicará con todo lo demás, ya que no puede hacerlo de otra manera.

A partir de aquí todo se manifestará a través del conflicto, ya sea para asumir un enfrentamiento o un acuerdo. La cantidad toma cada vez mayor importancia hasta convertirse en el verdadero y único intérprete de la realidad. Los signos se multiplican y diferencian, lo individual se aisla, la unidad se pierde y hasta se olvida... La ignorancia lo invade todo y en lugar de un mundo tenemos un microcosmos formado por innumerables mundos que nunca llegan a unirse verdaderamente, estableciendo solamente relaciones aparentes y superficiales.

Es el caos inorganizado, la expresión perfecta del aislamiento entre la multitud, la simple coexistencia, el último grado de disolución, la edad oscura.

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