miércoles, 24 de julio de 2019

TRADICIONES.


Un médico sumerio anónimo, que vivía hacia el final del tercer milenio AEC, decidió un buen día reunir y consignar por escrito, para uso de sus colegas y de sus discípulos, las más preciosas de sus recetas médicas. Así, pues, preparó una tablilla de arcilla húmeda e inscribió, con los caracteres cuneiformes de su época, los nombres de una docena de sus remedios favoritos. 
Este documento de arcilla, el «manual» de medicina más antiguo que se conozca, yacía enterrado entre las ruinas de Nippur desde hacía más de cuatro mil años. El documento demuestra que para componer sus medicamentos, el médico sumerio recurría al uso de sustancias vegetales, animales y minerales de forma no muy distinta que cualquier receta natural actual. Sus minerales favoritos eran el cloruro sódico (sal común) y el nitrato potásico (salitre). En cuanto a productos animales, utilizaba, por ejemplo, la leche, la piel de serpiente, la concha de tortuga. 
Pero la mayoría de sus remedios, eran entresacados del reino vegetal: plantas como la casia, el mirto, la asafétida y el tomillo; árboles como el sauce, el peral, el abeto, la higuera y la palmera de dátiles. Estos simples se preparaban a partir del grano, del fruto, de la raíz, de la rama, de la corteza o de la goma de los vegetales en cuestión, y debían conservarse, igual que hoy en día, en forma sólida, o sea, en polvo. Los remedios recetados por nuestro médico arqueológico comprendían también los ungüentos y los «filtrados» para el uso externo, y los líquidos para uso interno. Es interesante observar que nuestro médico sumerio no recurre ni a las fórmulas mágicas ni a los hechizos. No menciona a ningún dios ni a ningún demonio en su texto.

Reydekish. Blog.


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