“Propongo
que cada momento en el tiempo es una proyección del orden implicado
total”.
David
Bhom.
La teoría cuántica señala que existen campos de
energía que permean el universo, los cuales se comportan en
ocasiones como partículas y en otras como ondas.
Algunas
evidencias sugieren que las partículas y las ondas que medimos son
solamente la manifestación superficial de una energía que yace
oculta.
Lo
que observamos sería solamente como la superficie del mar, mientra
que ondas y partículas serían la turbulencia en esa superficie.
Científicos de Harvard y de la Universidad de
California en Santa Barbara consideran que el nivel superficial de
descripción del mundo subatómico ya no es suficiente para describir
todos los fenómenos. Estudiando una extraña forma de materia
conocida como cuprates,metales que contienen cobre y que exhiben la
propiedad de superconductividad en altas temperaturas, han encontrado
que la materia subatómica parece estar reflejando una serie de
propiedades más profundas, que podrían estar vibrando en otras
dimensiones, en sintonía con los postulados de la teoría de
cuerdas.
Según
este modelo la masa y las propiedades macroscópicas corresponden a
vibraciones e interacciones de diferentes formas de materia
(posiblemente la espectral materia oscura) y fuerzas que surgen de
las conexiones de las cuerdas, las cuales existen dentro de ese mar
metafórico. Esto se conoce como la dualidad holográfica, según
acuñó Maldacena en 1997: la superficie bidimensional de este mar
sería descrita por la mecánica cuántica; los eventos dentro del
mar serían descritos por la teoría de cuerdas, se traducirían
matemáticamente en eventos en la superficie e incluirían a la
fuerza de la gravedad.
Paradójicamente,
cuando la superficie del mar imaginario se encuentra en calma,
resulta ser el reflejo de una gran complejidad y agitación interna.
La
tranquilidad sería el resultado de una gran cantidad de energía en
el nivel profundo.
La
mayoría de los objetos materiales tienen partículas relativamente
estables, por lo que al parecer son el resultado de una especie de
tormenta perfecta interna.
Una
teoría de la gravedad cuántica podría tener que abandonar la
noción de que los constituyente básicos de la materia son
partículas, y considerar que los eventos que surgen en la superficie
del “mar” están unidos a una serie de eventos a una mayor
profundidad.
David
Bohm utilizó la metáfora del holograma para comunicar la naturaleza
incomensurable de la materia en su orden implicado: que cada
partícula y cada fenómeno eran en realidad sólo una representación
de la totalidad, surcando el espacio-tiempo como ondas de agua en la
superficie de un estanque.
Las
implicaciones filosóficas de esto serían enormes, ya que en cierto
sentido todo lo que ocurre en nuestro entorno sería la manifestación
superficial de un orden más profundo, de una vibración
hiperdimensional.
El
fondo de ese mar es inconmensurable, su fuente inconcebible.
David
Bohm veía la relación entre la conciencia y la materia de manera
similar a la dualidad holográfica: el contenido implicado de la
conciencia se manifiesta en el tiempo-espacio como un fenómeno
material que guarda relación con la totalidad de la cual emerge.
Según el Advaita Vedanta, la conciencia no es una
propiedad del Brahman (lo inconmensurable, lo inmutable, dios), sino
que es su misma naturaleza.
¿No
hay diferencia entre ese mar del cual emerge el mundo y la
conciencia?. Según Herr von Welling, con sólo un grano de sal y una
partícula de la piedra filosofal en el agua, se puede construir un
nuevo universo; según William Blake en un grano de arena se
encuentra un mundo entero.
Estas
son sólo metáforas, acaso deseos de encontrar un sentido más
profundo, pero ¿quién puede argumentar que el mar original, el mar
genético, el mar en el que emergen los hombres y las estrellas, no
está implicado indeleblemente en cada cosa?
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