domingo, 25 de agosto de 2019

USOS Y COSTUMBRES.


Uno de los fenómenos más llamativos y sorprendentes del mundo actual es la extraordinaria sensibilidad que muestran muchas personas para ofenderse por auténticas nimiedades. Por palabras, expresiones y actitudes que carecen, incluso, de intención denigratoria. 

Son las famosas microagresiones que, además de su extremada sutileza, tienen otro denominador común: el receptor se siente ultrajado no como individuo aislado, sino en calidad de miembro de un grupo supuestamente oprimido y discriminado. Así, se habla de micromachismos o microrracismos, en función de que la supuesta ofensa recaiga en el colectivo femenino, en algún grupo étnico etc. Eso sí, dado que forman parte del conglomerado de la Corrección Política, el trato es desigual: hay grupos que son susceptibles de ser ser microagredidos … pero otros no.

Todos estos fenómenos surgen en las universidades de los Estados Unidos, originalmente relacionados con la raza o la nacionalidad. Decir a un extranjero que hablaba bien inglés o preguntarle de donde era comenzaron a considerarse actitudes ofensivas. Hay anécdotas como el profesor que fue censurado por señalar a sus estudiantes que la palabra “indígena” se escribe con minúscula (grave menosprecio a los indígenas) u otro que fue recriminado por recomendar una exposición de arte samurái japonés (grave afrenta a los alumnos chinos).

El invento de las microagresiones aportó un nuevo instrumento a la ideología de la Corrección Política, permitiendo a ciertos colectivos adoptar el papel de oprimidos… aunque nadie fuera capaz de percibir tal opresión. Ahora ya no era necesario que una expresión tuviera intención vejatoria porque, en realidad, el que la profería no ofendería como persona aislada sino como representante de un “grupo malo“, aun de manera inconsciente, como teledirigido por una mano malvada.


Pero puede que las consecuencias de las microagresiones sean más profundas que una simple rabieta. En Microaggression and Moral Cultures, Bradley Campbell y Jason Manning sostienen que este fenómeno implica una importante transición en la cultura de Occidente. Mientras que la antigua cultura del honor se había transformado durante el siglo XIX en una cultura de la dignidad, las aceptación de las microagresiones conduciría a una tercera etapa: a la cultura del victimismo. 
Cada una de estas culturas se diferencia por las vías que utilizan los sujetos para resolver los conflictos interpersonales: si resuelven por ellos mismos o apelan a una tercera parte y, sobre todo, cual es su actitud ante los conflictos menores.

Hasta la primera parte del siglo XIX prevaleció en el mundo occidental la cultura del honor, caracterizada por la exaltación de la valentía y el rechazo a ser dominado o humillado por otros. Dado que el honor era una cualidad que dependía de la percepción de los demás, los sujetos no aceptaban la más mínima afrenta pública que pudiera mancillarlo. Pero, una vez en peligro su honor, los individuos lo rescataban mediante su propia acción, sin buscar mediación ni amparo en terceros.

La costumbre en la cultura de la dignidad es resolver los problemas interpersonales leves pacíficamente, dialogando, negociando. Y ser respetuoso con los demás, no tomando demasiado en cuenta las expresiones poco educadas (“a palabras necias … oídos sordos”). Al contrario que en la cultura del honor, aquí el que insulta es quien ve menoscabada su imagen a los ojos de los demás. Y, para conflictos graves, como el robo o el incumplimiento de importantes contratos, la gente apela a las autoridades legales. Pero se considera una frivolidad llevar ante los tribunales asuntos tan irrisorios que uno puede resolver por sí mismo, como un insulto o similares.

Con la cultura de la dignidad la autoridad obtiene la capacidad para mediar y decidir sobre los conflictos interpersonales graves; pero la cultura del victimismo otorga al poder político la potestad de inmiscuirse en los asuntos menores de la vida de los ciudadanos, de dictaminar sobre su lenguaje, su comportamiento íntimo, sus sentimientos. 
No puede sorprender que las microagresiones, la corrrección política y la cultura del victimismo gocen de tanta simpatía y sean tan promovidas, financiadas e impulsadas desde los círculos del Poder.

J. M. Blanco. Disidentia.


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