Por lo general se piensa que uno crea sus propias ideas y elige sus pensamientos. Pero esto no es así; basta cerrar los ojos y observar cómo aparecen innumerables pensamientos o imágenes más o menos teñidas emocionalmente, sobre los que no se tiene el menor control. Parece imposible no solo detener ese flujo sino también poder elegir el tipo de pensamientos que se prefiere. Pero lo cierto es que uno no puede elegir el tipo de pensamientos que desea; si uno pudiera elegirlos, elegiría siempre los buenos pensamientos, lo que no sucede siempre. Y es que, en buena medida, uno no puede elegirlos sino que se limita a reaccionar ante los diversos tipos de pensamientos que le surgen.
Cuando uno cierra los ojos, ve pasar fugazmente toda clase de ideas e imágenes sin orden ni concierto. Y cuando uno intenta concentrarse en alguna de ellas, al cabo de unos segundos es arrollado por un alud de nuevas imágenes y pensamientos que se le superponen. En suma, el cerebro produce continuamente un tipo de estática o de flujo que, al aparecer tan incesante y constantemente ante la consciencia, acaba por provocar una empobrecedora identificación entre la consciencia y el pensamiento, haciendonos creer que no somos más que mente.
J Alvarado.
Historia de la meditación no dual.
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