En la escuela,como mucho, se dan motivos a los alumnos para aprender, pero casi nunca un sentido para hacerlo. Y no es lo mismo. Los motivos son superficiales, cortos, reactivos y, en general, efímeros (aprobar un examen, satisfacer a papá, escalar en la escuela, satisfacer al profesor en turno, acceder al cuadro de honor, evitar el escarnio…). Son tácticos, de corto plazo, oportunos. Pero el sentido brilla por su ausencia.
El profundo vacío de sentido del trabajo escolar es su principal problema. En la escuela casi nunca se sabe por qué ni para qué. Y cuando esto no se sabe, falta el tejido conectivo que enlaza y fija los conocimientos, que forja las capacidades.
Sin esas causas, el conocimiento se adhiere mal y queda inconexo, débil, injustificado, y acaba cayendo. No sabemos por qué deberíamos saber. No sentimos que debemos saber. No sentimos que valga la pena saber.
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