Blay era un hombre de aspecto corriente. Era grueso, gustaba de los cigarrillos y de los caramelos. Inasequible a la adulación.
Y yo intentando imaginarme cómo era el resto de su interesante vida, desde mi hábito de lector de novelas y de amante del cine. Preguntándome por sus viajes a la India, por el origen de su lucidez, por cómo era en su casa, por si podía mantener a la familia con aquellos cursos. En definitiva, construyendo un personaje. Pero había elegido un camino equivocado.
Precisamente lo que él pretendía era que descubriéramos, y dejáramos disolver, el personaje que vamos arrastrando por la vida y que nos condiciona sin que apenas nos demos cuenta. No daba importancia a los datos de su biografía y por ello casi nunca se refería a sí mismo. Quería que enfocáramos nuestra mirada en otra dirección.
Ricard Fernández Aguilá.
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