Claro que no estamos en el Paraíso, y que vivimos en un mundo de límites y de represión del deseo, de todo tipo de apetencias y de deseos. Pero se trata de si mi cuerpo también está preso de esos límites y no es capaz ni siquiera de sentir el amor complaciente.
Lo peor es que nos sometemos a los límites como si eso fuera lo propio de la vida, y como si eso fuera lo importante para nosotr@s, sin buscar ni pretender otra cosa, cerrando el paso en nuestro interior a nuestra producción deseante, a nuestro deseo de complacencia, y por tanto a nuestro propio bienestar y al de nuestros seres más queridos.
Hay una forma de reconocer en nuestro interior este cambio de la complacencia por la dominación. Si en verdad amamos a nuestra criatura y no podemos complacerla, tendríamos que sentir su frustración como si fuera nuestra propia frustración. Es decir, que el amor verdadero hacia la criatura se reconoce porque cuando no podemos complacerla, sentimos la frustración con ella.
Entonces esta frustración nuestra sería la prueba o el síntoma de que seguimos manteniendo el amor primario. Pero si la frustración de la criatura no la sentimos como nuestra, querrá decir que el Poder que detentamos ha empezado ya a corromper y a transformar nuestro amor por ella.
Casilda Rodrigáñez.
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