martes, 31 de mayo de 2011

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Jerry Mander
Lecciones de economía de la edad de piedra.Extracto.

Según nuestra mitología, los pueblos nativos soportan la tremenda opresión de la «economía de subsistencia», término que con su simple formulación evo­ca sentimientos de piedad e imágenes de miseria. Nuestras máquinas, nuestra tecnología y nuestros sistemas de organización económica superiores permiten liberarse del trabajo agotador, aportan una posibilidad de ocio y protección con­tra la arbitrariedad de los ciclos naturales.. Eso es lo que se dice.


Teniendo en cuenta esta lógica, la mayoría de los occidentales se sor­prenden al saber que los pueblos indígenas de la tierra no desean en su mayo­ría subirse a la máquina económica occidental. Alegan que sus métodos tradicionales les han servido durante milenios y que los nuestros están desti­nados al fracaso.


Suzy Erlich de Kotzebue, Alaska:


Pertenezco a una familia de subsistencia. Así crecí. Me enorgullezco de ello. Quiero que mis hijos crezcan igual. Nos da fuerza como inupiats. No es lo mismo que ir a la tienda. Nuestra tienda de comestibles tiene una ex­tensión de millones de hectáreas yeso nos enorgullece.


Bobby Wells de Kotzebue, Alaska:


Recuerdo a nuestros padres, cómo sobrevivían en este mundo, con los vendavales, las temperaturas gélidas […] Aprendieron a compartir las co­sas, a ayudarse unos a otros […] Ahora luchamos por sobrevivir entre gen­te diferente, entre diferentes razas de esta civilización occidental. ¿Qué tiene que ofrecer esta civilización occidental? Negocios.


Alice Solomon de Barrow, Alaska:


La gente es feliz […] han cazado una ballena. Están realmente emocio­nados, y hasta lo más hondo, muy profundamente. Y cuando entras en la casa de los que pescaron la ballena, ves esa felicidad, esa emoción, ese llorar de alegría, porque están contentos de haber recibido seme­jante don.


Los occidentales suelen pasar por alto opiniones como éstas en las conta­das ocasiones en que las oyen (uno de los temas del libro de Berger es que a los indígenas casi nunca se les consulta). Además, estamos tan absolutamente convencidos de la validez del proyecto tecnológico occidental que queremos «mejorar» las condiciones de los indígenas a toda costa, incluso contra su vo­luntad.


Y así ha sido durante siglos. Los planteamientos occidentales no han cambiado mucho en este aspecto desde el siglo XVII. Nuestra idea de superioridad justifica la continua expansión de nuestro sistema económico, de las explotaciones mineras, de la deforestación y de la pavimentación del mun­do natural y no sentimos culpabilidad alguna por los territorios de los pueblos indígenas que destruimos al hacerlo. Nuestra mitología lo apoya, nuestro sis­tema económico se basa en ello, y nuestras instituciones financieras procuran por todos los medios que esos métodos continúen.

El sistema nunca pone en tela de juicio estos asuntos.

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OCIO PRETECNOLÓGICO

La publicación de Stone Age Economics [Economía de la edad de piedra], de Marshall Sahlins en 1972 tendría que haber refutado casi todos los paradig­mas que empleamos para definir las ventajas de nuestra tecnología. Sahlins, pro­fesor de la Universidad de Chicago, utiliza la investigación de campo de tribus de todo el planeta para demostrar concretamente que, en contra de la opinión co­mún, las sociedades «primitivas» (sobre todo las comunidades de cazadores y re­colectores, como las de Alaska) disfrutaban de «tiempo de ocio» abundante, sa­tisfacían sus deseos materiales y sus necesidades de supervivencia sin demasiado esfuerzo, no trabajaban excesivamente y elegían voluntariamente la «economía de subsistencia»: no acumulaban excedentes deliberadamente.


Sahlins escribe: «Casi universalmente partidarios de la tesis de que en el paleolítico la existencia era dura, nuestros libros de texto se esfuerzan en trans­mitir una idea de fatalidad inminente, que nos hace preguntarnos no sólo cómo podían vivir los cazadores, sino, en realidad, si aquello era vida.» Sahlins enu­mera algunas expresiones denigratorias comúnmente empleadas: «Mera eco­nomía de subsistencia», «ocio limitado», «carencia de excedentes económi­cos», y la necesidad de estas sociedades de sobrevivir invirtiendo la «máxima energía del mayor número de personas». Sahlins considera estas actitudes «el primer prejuicio claramente neolítico» creado deliberadamente para definir la relación del cazador con la tierra y los recursos de la forma «más compatible con la misión histórica de arrebatárselos.»


Las personas de la edad de piedra no eran prisioneras del trabajo, nos di­ce Sahlins. Al contrario, «puede demostrarse que cazadores y recolectores trabajan menos que nosotros; y en vez de una fatiga constante, la búsqueda de alimentos es intermitente, el ocio abundante y la media anual de horas de sue­ño durante el día por persona es superior a la que se da en cualquier otro tipo de sociedad.»

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