Nada de lo que ha venido ocurriendo a lo largo de los dos últimos siglos obedece a la casualidad, sino que se ajusta estrictamente a las necesidades y exigencias de un sistema de Poder diseñado por y para el dominio de una reducida oligarquía, y en el que la población deberá limitarse a refrendar las "filantrópicas" decisiones adoptadas para su bien desde las alturas oligárquicas. Nada tiene de extraño, por ello, que cuando esa situación resulta cuestionada por unos pocos disidentes o por la disconformidad eventual de algún colectivo social, los estrategas del Sistema hablen de "crisis de la democracia", pues, en efecto, tales anomalías no figuraban en el programa ni se ajustan a una correcta interpretación de lo que debe ser "el régimen democrático".
Los términos, por tanto, no pueden estar más claros. Dada la incapacidad de los súbditos para discernir lo adecuado, y puesto que su propio albedrío no podría reportarles más que sufrimientos y desgracias, una "élite" de "filántropos" ha de decidir qué es lo mejor para ellos y tomar las riendas del mando en aras del bien común y de la felicidad universal. Y no será aquí donde se planteen objecciones a la primera parte de ese teorema, cuyas premisas ya se encarga el Sistema de que se cumplan a rajatabla. Dos siglos de putrefacción burguesa, de materialismo "humanista" y de adulteración sistemática han rendido los frutos apetecidos y cubierto los objetivos marcados: hacer de la población una masa envilecida e idiotizada. Lo que, sin embargo, resulta un tanto endeble es la segunda parte del argumento, ya que esa pretendida "élite" constituye justamente la hez de la decrépita sociedad occidental, pergeñada a su imagen y semejanza.
Martín Lozano. Génesis y desarrollo del capitalismo moderno.
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