jueves, 19 de mayo de 2011

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La tesis de Alba Rico es que el capitalismo ha llevado al hambre a todos los humanos del planeta: “Está el hambre de los que no tienen nada y el hambre de los que nunca tienen suficiente; el hambre de los que quieren algo y el hambre de los que quieren más: más carne, más petróleo, más automóviles, más teléfonos móviles, más imágenes, más juguetes y -también- una moralidad superior”.
Esta tesis es posteriormente analizada por Fernández Liria para llegar a la conclusión de que las sociedades ricas han involucionado hacia antes del neolítico, puesto que “una sociedad que gasta todas sus energías en reproducirse ampliamente hasta el infinito es una sociedad tan primitiva (desde un punto de vista antropológico) como una sociedad que gasta todas sus energías en la pura subsistencia”.
Si nos paramos un momento a pensar, comprobaremos que nuestro ritmo enloquecido de vida, de trabajo, de consumo, de acaparamiento de productos materiales, es el motivo por el que nuestro sistema democrático se encuentre inmovilizado y desactivado. Para poder desenvolvernos en una verdadera democracia el ciudadano debería tener tiempo, fuerzas y disposición para conocer las diferentes propuestas políticas, seguir de cerca la actividad de sus representantes, participar lo más posible en la vida política de su comunidad, esforzarse en conocer la información necesaria de los acontecimientos, tomar parte en las decisiones de su centro de trabajo, formarse cultural e intelectualmente y debatir sobre la realidad con sus iguales.
El capitalismo, con su mecanismo para generar hambre compulsiva y la necesidad de trabajar desenfrenadamente para satisfacer ese hambre, impide que podamos desarrollar esas facetas imprescindibles para una democracia.
Paradójicamente, el hombre moderno de los países ricos tiene más complicado reunirse para organizarse y movilizarse políticamente que el que sufría la represión bajo dictaduras.
Como dice Alba, el “hambre” del capitalismo moderno hace imposible la conciencia, la resistencia y la solidaridad”.
Esta tesis, y otras de similar contundencia, son las que Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria desarrollan a lo largo de
El naufragio del hombre.

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