Allí donde reina la reciprocidad, existe un intercambio de
afectos, conocimientos y bienes más o menos igualitario. Todos se reconocen
como que forman parte de un pacto de interés común, en el que todos dan, todos
reciben, y nadie acumula más o menos que el de al lado.
En ese círculo de transacciones, lo más importante no es lo que se da o se recibe, sino el vínculo comunitario, el pacto de los iguales que se ve reforzado, la organización común que vence.
En ese círculo de transacciones, lo más importante no es lo que se da o se recibe, sino el vínculo comunitario, el pacto de los iguales que se ve reforzado, la organización común que vence.
En un sistema de reciprocidad, nadie pasa hambre porque es
indigno y vergonzoso para el que come, que su vecino no almuerce, aunque se
lleve a matar con él. En la reciprocidad hay una interdependencia igualitaria,
y aunque haya personas que destaquen, no se benefician de una acumulación de
bienes escandalosa. El esquema de esta relación, es horizontal, no hay centro,
cualquier miembro depende de otro cualquiera, todos están con todos.
En cambio, allí donde hay un dirigente, suele haber un sistema de
redistribución centralizado. La redistribución hace que el dirigente (o la
organización) sea centro de una red de reparto de recursos, que son muy
variados: dinero, empleo, ayudas, subsidios, servicios, habilidades
extraordinarias…
La forma que adopta este tipo de reparto es el de la rueda de un carro: todos los radios van al centro. La gente periférica no tiene por qué conocerse ni relacionarse (es lo mejor para que esto funcione), ya que casi todo se hace a través del centro.
La forma que adopta este tipo de reparto es el de la rueda de un carro: todos los radios van al centro. La gente periférica no tiene por qué conocerse ni relacionarse (es lo mejor para que esto funcione), ya que casi todo se hace a través del centro.
¿Y qué recibe el dirigente? Es un error pensar que puede hacerlo
todo por dinero. La lista de pagos con los que el dirigido premia al
dirigente es variadísima, e incluye reconocimiento, popularidad, afecto,
prestigio, apoyo político, sexo… Y esos bienes intangibles, que no pueden ser
guardados en una caja fuerte, son también un capital acumulable. El dirigente
atesora su prestigio, y ese prestigio fortalece su posición central y su rol.
A su vez el dirigente depende de sus pupilos (pueden dejar de
apoyarle si él deja de cumplir), pero se trata de una interdependencia
desequilibrada, en la que él acumula recursos que le dan prerrogativas, mando.
Cuando él habla, los demás callan. También puede transformar el prestigio en
dinero y el dinero en prestigio. E incluso puede transferir ese prestigio a sus
ayudantes.
Acratosaurio.
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