sábado, 3 de diciembre de 2016
TRÍPODE.
Es muy extraña la ignorancia, y más compleja que la sabiduría. La sabiduría es simple y natural. La ignorancia, en cambio, es
laberíntica, repleta de curvas y callejones sin salida.
Cuando alguien no posee sabiduría, habla y se confunde, camina entre ilusiones que duran poco tiempo y terminan por
sumergirlo en la dispersión y el miedo.
La sabiduría es contacto con lo innombrable, con lo que no puede definirse ni explicarse. Llena y no confunde, se basta a sí misma en su esplendor; es autorrefulgente y no tiene final.
La ignorancia es locura, la sabiduría está más allá de la locura, la incluye y la sobrepasa.
Desde la sabiduría, la locura de la ignorancia se vislumbra como oscura y abismal.
La sabiduría es lo humano y amoroso, la ignorancia es cruel y egoísta.
La sabiduría es abierta y permanente, la ignorancia es
personal y oculta.
La sabiduría es libertad e independencia, la ignorancia es esclavitud carcelaria y dependencia.
El sabio es paciente y humilde; el ignorante es arrogante e incapaz de esperar.
El sabio encuentra motivos para ser feliz con todo; el ignorante no se satisface con nada.
Para el sabio, la naturaleza contesta y guía, pero él se sabe más allá de ella.
El ignorante desprecia la vida y sus contingencias, pero es incapaz de trascenderlas.
El Chamán verdadero puede diagnosticar y saber lo lejos que se encuentra alguien de su verdadero Centro, porque él mismo ha logrado situarse allí.
La dificultad para describir el sentido y la experiencia de estar en el "Centro" es mayúscula porque este estado trasciende cualquier descripción verbal.
El Chamán reconoce la distancia que se encuentra entre la conciencia de un individuo y la suya propia y tiene el suficiente poder como para guiarlo a su encuentro. Esta es la verdadera hazaña Chamánica más allá de los manejos energéticos o las manifestaciones de videncia.
Hacer recordar el Centro o estimular su vivencia constituye el más grandioso milagro de la tradición Chamánica en general y
de la maya en particular.
Jacobo Grinberg. Fluir sin el yo.
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