jueves, 10 de mayo de 2012

MACROBIOS.


Esos seres se rigen por la posesión y el miedo. Se aferran a la materia, y su estatus mental, su apego, es transferido –intelectual y emocionalmente- a nuestras mentes en forma de miedo. Esos pensamientos que creemos propios nos piensan, anulando la Conciencia. Ellos ven únicamente lo que desean ver, simplificando la visión de la realidad a los niveles del maligno Ojo Único de la saga de Tolkien. Ellos son los que empujan al hombre a actuar sin sentimientos empáticos que eviten crear sufrimiento. Son los padres del unilateralismo que modifica la realidad sin la consideración de los otros. Ellos monitorean nuestros procesos mentales para que no osemos generar indóciles pensamientos que pongan en duda la legitimidad de su esperpéntica realidad de cartón piedra.

De ese modo, su simplicidad se hace nuestra simplicidad. Ellos no son reflexión; nosotros debemos serlo. Y saben que en algún momento su propia conducta acabará por aniquilarlos, porque son antinaturales (en términos de evolución cósmica). Del mismo modo, el ser humano no tiene otro camino que la evolución, a menos que desee enfrentar la única consecuencia previsible del estancamiento en que vive: extinción.
Ese miedo suyo a la aniquilación es transferido a nosotros con matices adaptados a nuestra idiosincrasia, haciéndonos sentir pánico ante los cambios. No será nuestra oposición la que les haya puesto realmente nerviosos sino el tiempo que -posiblemente- viene fijado por un reloj universal, no terrestre; un reloj que marca un final para la involución en que está empantanada la Tierra.

Tavo Jiménez de Armas.

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