La conciencia no está en el cerebro, sino en el mundo
En su teoría de la Conciencia Esparcida, Riccardo Manzotti plantea que la conciencia es un proceso de constante flujo entre el mundo y la percepción del mundo, y que surge de esta relación y no del cerebro.
Este añejo dilema, actualmente dominado por la visión del racionalismo que separa al mundo de la mente (y el espíritu del cuerpo), tiene una interesante manifestación en la teoría de la Conciencia Esparcida (Spread Consciousness) del científico y filósofo italiano. “Nuestra experiencia visual del mundo es un continuum entre el que ve y lo que es visto, en un proceso compartido de visión”.
Para ilustrar esto, Manzotti utiliza el ejemplo de un arcoiris. Para que un arcoiris exista es necesaria la luz del sol, las gotas de lluvia y un espectador. A menos de que alguien lo esté presenciando desde un cierto ángulo, este arco de colores no puede aparecer. Uno de los elementos de los que está compuesto el arcoiris es nuestra percepción: nuestros ojos y nuestro cerebro. No existe como algo independiente en el mundo o cómo una imagen separada de lo que es percibido: la conciencia está difundida entre la luz del sol, la lluvia, el neurocórtex… y genera la unidad transitoria de la experiencia del arcoiris.
Es decir, el espectador no ve el mundo; es parte del proceso-mundo. Literalmente somos parte del paisaje.
El novelista Tim Parks, quien entrevistó a Manzotti para la revista New Yorker, le sugirió que su teoría es similar a lo que sostiene el budismo (posiblemente a lo que se conoce como Pratītyasamutpāda, un término que hace referencia a que todos los fenómenos emergen conjuntamente en una red interdependiente de causa y efecto) y que la conciencia es la fusión de procesos mentales con los procesos que llamamos objetos en un estado de flujo constante. Manzotti es reacio a estos comparativos, pero la semejanza es notable.
Es fascinante y a la vez terrorífico pensar que no somos responsables de nuestros actos porque no estamos separados del mundo y estamos siendo constantemente influenciados por todo lo que ocurre. Algo que, si lo llevamos a sus últimas consecuencias, significa que en realidad somos responsables de todos los actos que jamás se han realizado, ya que más que individuos somos el mundo, los procesos, aunque (aún) no tengamos la experiencia de todas las conciencias en una.
Tal vez la métafora muchas veces utilizada del río para describir el pensamiento y la conciencia esté directamente inspirada en ese flujo que es el mundo: el Tao, sin darse un nombre, se expresa a sí mismo manifestándose.
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