Pues ello es que hace tiempo que la
Empresa Privada y la Adminsitración Pública han venido estrechando de
tal modo su matrimonio que ya son una misma alma, y en verdad
indistinguibles la una de la otra, lejos los tiempos del abuelo Marx,
que aún podía distinguir entre el capitalista explotador y los
políticos, perros guardianes del Capital.
Y, sin embargo, la idea de la separación entre lo uno y lo otro, la
idea de que se está jugando algo cuando se habla de que el Estado se
haga cargo de tal Empresa o que se pasen a la Empresa Privada tales
istituciones estatales, sigue rigiendo en este mundo, pese a su
vaciedad, o precisamente gracias a su vaciedad, hasta llegar a la
necedad superferolítica de que pueda haber alguna diferencia entre una
Televisión Estatal y una Privada; como si no se supiera lo que es
Televisión.
Pero la verdad es que Estado y Capital son la misma cosa, y
sólo dos para disimular; y los mismos son los políticos y los banqueros,
y no hay Dios que distinga (o sólo Dios puede) entre los Ejecutivos de
Dios de la Empresa y los del Ministerio (o los Sindicatos); como no
podía menos de ser: pues lo uno y lo otro está movido y sostenido por lo
mismo: una misma Fe en el Futuro, una misma Idea, un mismo idealismo,
esto es, una misma creencia en el Dinero como la realidad de las
realidades.
Y la piedra de toque para reconoer la identidad de Capital y Estado, y
la falsedad vigente de su distinción, es el Criterio de Rentabilidad.
El cual vemos todos los días cómo se aplica indiferentemente en las
Istituciones Estatales lo mismo que en las Privadas, y cada vez más
descaradamente; como es natural, porque aquello de que «De dinero no se
habla, niño» era cosa de los viejos burgueses, y ahora, en cambio, nada
más decente, y hasta honroso, que hablar de dinero, con esa campechana
franqueza que caracteriza lo mismo a los Ejecutivos del Consorcio
Bancario que a los del Ministerio de Finanzas; en efecto, teniendo Dios
en el Bienestar una cara esencialmente de dinero, ¿qué más claro y
honesto, que más santo, que declarar abiertamente que a lo que se va es a
la producción de rendimiento dinerario, al acrecentamiento del volumen
de las cifras? Cualquier otra cosa, cualquier otro hablar, es sin más
sospechoso para el Señor.
Lástima que, con el Criterio de Rentabilidad, a la gente lo que se le
hace es la puñeta a gran escala. Pues en cualquier momento, cualquier
Ejecutivo de lo uno o de lo otro, podrá quitarle las cerezas de la boca,
las vacas de los prados, el caminito de hierro, la tierra misma de
debajo de los pies, gracias a la apelación al Criterio de Rentabilidad:
porque, déjese de mandangas, amigo, aquí de lo que se trata es de
productividad, de rendimiento, de futuro, esto es, de dinero; y ante
ello tienen que agachar la cabeza y retirarse las cositas y los
corazoncitos, no faltaba más. No estorbe, hombre, y perdone las
molestias, pero es que estamos trabajando por su futuro.
Así es como el Criterio de Rentabilidad, al mismo tiempo que prueba
la identidad entre Capital y Estado, sirve para eliminar la vieja noción
de ‘servicio público’, según en la próxima entrega estudiaremos.
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Agustín García Calvo
Extracto de Análisis de la sociedad del bienestar.
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