domingo, 17 de junio de 2012

ECOS DE SOCIEDAD.

Así pues, ¿qué nos enseña la obra de Raymond Kelly? ("Sobre el origen de las guerras y las sociedades sin guerra").
Que las sociedades sin guerra existen, que no son excepcionales en la muestra de sociedades estudiadas por los antropólogos modernos, pero que no por ello son pacíficas. Las sociedades sin guerra tienen, desde luego, dos características “no violentas”: su organización es no coercitiva y la educación de los niños es permisiva, pero por lo demás no son sociedades sin violencia. 

En este sentido, los elementos recopilados por Kelly son ilustrativos. Los porcentajes de homicidios en las sociedades sin guerra son relativamente elevados (más altos, en algunos casos, que en algunas sociedades guerreras); en ellas, la violencia entre cónyuges es frecuente (a iniciativa de los hombres); la mayor parte de los homicidios los comete un hombre contra un hombre; la violencia entre mujeres apenas es menos frecuente que la violencia entre hombres y, si no es letal, es proporcionalmente más grave que esta última; los conflictos entre hombres se originan más bien por motivos económicos, y los conflictos entre mujeres más bien por causas relacionadas con el adulterio (aunque el adulterio también tiene una dimensión económica);… En suma, estamos lejos de las visiones paradisiacas del “buen salvaje”.
La conclusión que se desprende de este examen es que la guerra no es, como se imagina a menudo, fruto de una acumulación de violencia social creciente (violencia contra los niños, conflictos entre hombres por el control de las mujeres, violencia de los hombres contra las mujeres, etc.). Es por tanto esencial definir bien qué es la guerra y no confundirla con otras formas de violencia, como el homicidio. Frente a estas otras formas, la guerra se caracteriza por ser una actividad colectiva preparada a partir de una concepción compartida que pretende que el mal hecho a un individuo del grupo afecta al conjunto del grupo y puede repararse legítimamente mediante un acto de violencia contra cualquier individuo del otro grupo.
Según Kelly, es este principio de sustitución social en la reparación el que determina la existencia de la guerra como forma específica de violencia. “La guerra se basa en la aplicación de un mecanismo de sustitución social en casos de conflicto, de manera que estos se conciben como asuntos que atañen a todo el grupo. […] Lo que caracteriza a las sociedades sin guerra no es la ausencia de homicidios, sino más bien una respuesta al homicidio en la que no se plantea la noción de sustitución social. [En estas sociedades, en caso de homicidio] no se atribuye la responsabilidad a alguien que no sea la persona que ha perpetrado el homicidio y no se pretende hacer pagar el precio de sangre a ninguna otra persona.” La ejecución de un criminal es legítima, incluso a los ojos de su propia familia. Ocurre a menudo que los parientes de la víctima renuncian a aplicar la pena, pero si no renuncian, no por ello se desencadena la venganza de la otra parte. Y la venganza es la forma elemental de la guerra, según Kelly.

 El autor trata entonces de identificar los mecanismos que explican la aparición del concepto de sustitución social. Puesto que la gran mayoría de sociedades sin guerra son sociedades de cazadores-recolectores, compara las tribus de cazadores-recolectores que hacen la guerra con las que no la hacen. Observa de entrada que estas últimas no tienen ningún mecanismo común de gestión o resolución no violenta de los conflictos (al contrario, los conflictos se resuelven mediante actos de violencia interpersonal que, en algunos casos, se canalizan a través de duelos organizados por el grupo).

 Por tanto, no es en este plano donde se encuentra la clave del enigma. En cambio, las sociedades sin guerra se distinguen claramente por su organización: son sociedades “no segmentadas”, es decir, formaciones carentes de cualquier otra estructuración distinta del grupo local, que no se compone más que de familias (nucleares o poligámicas), sin que esta composición familiar sea rígida. Por otro lado, las sociedades segmentadas se caracterizan por el hecho de que el grupo abarca familias bien delimitadas que comprenden una serie de patrilinajes inclusivos, de los que algunos constituyen un clan, un subclan, etc. La segmentación y la sustitución social suelen ir de la mano, señala Kelly, porque “las familias específicas que forman un patrilinaje (la descendencia de un ancestro masculino a través de sus hijos) son las que están dirigidas por los hijos y los hijos de los hijos de una serie de hermanos, de modo que la equivalencia entre niños del mismo sexo está codificada”. De este modo surgió el espíritu de grupo sin el cual no habría ni responsabilidad de grupo ni venganza de grupo, y por consiguiente tampoco habría guerra.

Kelly deduce de sus investigaciones que la humanidad ha vivido sin guerras durante la mayor parte de su historia. En particular, la colonización del planeta en el paleolítico superior la llevaron a cabo sociedades no segmentadas y por tanto pacíficas. En determinadas circunstancias de escasez, estas sociedades pudieron conocer conflictos espontáneos en torno al acceso a los recursos. Los antropólogos han observado fenómenos de este tipo en ciertos pueblos de cazadores-recolectores de la época moderna, pero por lo general la precariedad de la existencia favoreció más bien la cooperación entre grupos.

Kelly calcula que la transición a las sociedades segmentadas comenzó no antes de hace 10.000 años (salvo en el valle del Nilo, sin duda). Previamente, la humanidad, según él, desconocía la guerra. Conocía la violencia interpersonal, pero el cuadro que pinta el autor no tiene nada que ver con lo que experimentamos en la sociedad capitalista. Sobre la base del estudio de los grupos de cazadores-recolectores que existen actualmente, Kelley estima que “el homicidio, la ejecución de un asesino (la pena capital) y los conflictos espontáneos, potencialmente mortales, en torno a los recursos eran sucesos raros desde el punto de vista de un individuo, en el sentido de que la violencia letal probablemente solo aparecía una vez cada cien años en el seno de su propio grupo (o cada veinte años en una franja territorial de cinco grupos vecinos)”.

El autor no deja de subrayar que la imagen que describe es diametralmente opuesta a la visión difundida por la clase dominante, según la cual la guerra es una tendencia de la naturaleza humana que requiere, para contrarrestarla, la formación de un Estado y un gobierno imparciales.

  Daniel Tanuro

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