“No prestarás con usura a tu hermano ni dinero, ni granos, ni otra cualquier cosa, sino solamente a los extranjeros.
Mas a tu hermano le has de prestar sin usura lo que necesita, para que te bendiga el Señor Dios tuyo en todo a cuanto echares mano en la tierra que vas a poseer”.
Deuteronomio, 23,19-20.
De la antítesis de los falsos opuestos (capitalismo y marxismo) ha resultado finalmente el capitalismo multinacional y progresista, que es la síntesis deseada y la fórmula más idónea para impulsar la expansión del modelo socio-económico materialista y consumista vigente en la actualidad. Justamente el modelo que mejor garantiza el dominio absoluto de la oligarquía plutocrática.
Y es que, como bien muestran los hechos, cada confrontación con esos pretendidos adversarios se ha traducido invariablemente en un reforzamiento progresivo del Sistema en vigor. Algo lógico, por otra parte, si se tiene en cuenta que los fundamentos básicos del capitalismo burgués (materialismo, cientificismo, economicismo,etc) constituyeron también la fuente de inspiración de sus teóricos enemigos, el marxismo y el fascismo, que en realidad no serían sino variaciones circunstaciales de un mismo tema. De ahí que esas diversas corrientes, antagónicas en las formas y apariencias, pero complementarias en lo esencial, hayan contribuído a configurar un proceso único plenamente consolidado en la actualidad.
La Revolución Francesa fue un banco de pruebas en el que se desarrollaron la mayor parte de las pautas y estereotipos consagrados posteriormente.
El estamento burgués, auténtico promotor de dicho proceso, estaba integrado por dos grandes grupos, girondinos y jacobinos, cuya equivalencia contemporánea vendría a corresponder a la derecha conservadora y a la izquierda progresista respectivamente.
De entonces arranca la falacia de la división entre izquierdas y derechas que tan rentables beneficios ha venido rindiendo al Sistema. También por aquellos años se operó una especie de ósmosis en virtud de la cual se amalgamaron hasta prácticamente confundirse la izquierda burguesa y los elementos más oportunistas y ambiciosos de los estratos populares, algo que desde aquel momento ha venido siendo una constante. Sobra decir que la mentalidad de las diversas facciones que se disputaron el poder político era esencialmente la misma, aunque en no pocos casos sus intereses inmediatos resultaran contrapuestos.
Martin Lozano.
Dos ideologías se hallaban frente a frente. De un lado el marxismo con públicas pretensiones de dominio universal.
Del otro,el nacionalismo alemán, con específicas
y públicas ambiciones de abatir al marxismo israelita y de crecer territorialmente a costa de la URSS.
Francia, Inglaterra, Estados Unidos —todo el Occidente— representaban un tercer grupo de fuerzas.
¿Qué ofrecía el marxismo soviético a estos países occidentales?
Sus intenciones eran bien claras y populares: anunciaba la «revolución mundial» para establecer el marxismo en todo el orbe. Es decir, la aniquilación de los sistemas políticos, ideológicos y religiosos que desde hace siglos imperan en
Occidente.
¿Y cuál era la actitud del nacionalsocialismo alemán frente a los países occidentales? Proponía «zonas de influencia» para cada potencia: Alemania no interferiría los intereses de Estados Unidos en América, ni los de Inglaterra y Francia en sus respectivos imperios coloniales. Pero aniquilaría al marxismo imperante en la URSS y crecería a costa de territorio soviético.
Todo evidenciaba, pues, que si entre el nacionalsocialismo de Hitler y el Mundo Occidental existían discrepancias ideológicas, a la vez había muchos puntos de contacto y hasta de mutua conveniencia. Y en cambio, entre el marxismo de Moscú y los pueblos occidentales sólo existían insalvables abismos de diferencias políticas, ideológicas y religiosas.
La forma extraordinariamente sangrienta en que el bolchevismo conquistó y afirmó el poder en Rusia; lo inusitado de sus doctrinas que niegan los principios milenarios de nacionalidad y patria; su mortal encono contra la propiedad privada;su categórica posición ateísta; su implacable persecución religiosa y su declarada ambición de extender estos sistemas a todo el orbe mediante la «revolución mundial»
profetizada por Marx, fueron factores más que suficientes para que los pueblos de Occidente vieran a la URSS con recelo y hostilidad.
¿Cómo fue entonces posible que esos países occidentales no secundaran la acción contra el enemigo común bolchevique?
En menor grado, ¿cómo fue posible que ni siquiera conservaran su neutralidad ante el ataque alemán a esa amenaza común? Y por último, ¿cómo fue posible que dichos países occidentales no reservaran sus fuerzas en expectante espera, a fin de determinar la suerte del mundo una vez que el choque Berlín-Moscú se hubiera decidido en un mutuo destrozamiento?
Todas estas incógnitas se despejan en seguida al observar el desarrollo de los hechos y al ver cómo los países occidentales fueron empujados sucesivamente en favor de los intereses judío-marxistas. Este increíble proceso encierra ya los gérmenes
de la terrible crisis que ahora conmueve a la Civilización Occidental. La abrumadora amenaza de hoy comenzó a forjarse en aquel entonces.
Salvador Borrego.Derrota mundial.
“El pueblo judío tomado colectivamente será él mismo su Mesías. Su reino sobre el universo se obtendrá por la unificación de las otras razas humanas, la supresión de las fronteras y de las monarquías que son los baluartes del particularismo, y el establecimiento de una república universal que reconocerá por doquier los derechos de la ciudadanía a los judíos.
En esta nueva organización de la humanidad, los hijos de Israel diseminados actualmente sobre toda la superficie del globo, todos de la misma raza y de igual formación tradicional, sin formar no obstante una nacionalidad distinta, llegarán a ser sin oposición el elemento dirigente en todas partes, sobre todo si llegan a imponer a las masas obreras la dirección estable de algunos de entre ellos.
Los gobiernos de las naciones al formar la república universal pasarán todos sin esfuerzo a manos de los israelitas a favor de la victoria del proletariado. La propiedad individual podrá entonces ser suprimida por los gobiernos de raza judía que administrarán en todas partes la fortuna pública.
Así se realizará la promesa del Talmud que cuando los tiempos del Mesías hayan llegado los judíos tendrán bajo sus llaves los bienes de todos los pueblos del mundo”
Carta de Baruch Levi a Karl Marx
Nosotros los judíos somos los seductores, los destructores, los incendiarios y los verdugos de la humanidad… Los elementos judíos proveen las fuerzas dirigentes del comunismo y del capitalismo, y de la ruina material y espiritual del mundo.
Oscar Levy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario