El auzolan es una tradición popular que ha sobrevivido en los pueblos vascos hasta nuestros días, un precioso resquicio de los antiguos tiempos en que, mucho más de lo que imaginamos, se practicaban el apoyo mutuo y la colectividad como formas naturales de organización social.
Se trata de un campo de trabajo colectivo y voluntario para el bien común o para el apoyo a una comunidad o familia concreta, que tradicionalmente podía ser convocado desde las etxeas(1) o los batzarres(2), y a donde acudían jóvenes y mayores de diversos lugares sabiendo que no les iba a faltar un plato de comida, un techo, y un espacio para la relación y el disfrute tanto durante la jornada de trabajo por el día como en el festivo ambiente que se formaba al caer el sol.
Originario de un mundo rural caracterizado por un importante desarrollo de la comunalidad y la soberanía popular, no obstante y a pesar de la extinción de este su hábitat natural en los siglos XIX y XX, el auzolan ha continuado vivo en la memoria de las gentes de las actuales provincias de Navarra y el País Vasco, y conocido un potente resurgir a lo largo de las últimas cuatro décadas.
(1)La etxea, "casa", era la célula básica de la sociedad tradicional vasca, un concepto que hacía referencia tanto a la casa en sí misma como a la unidad familiar que la habitaba. Sabemos gracias a abundante documentación histórica que las etxeas tienen un origen ancestral marcadamente matrifocal, conservado en muchos casos hasta tiempos relativamente recientes, donde la etxekoandre, "señora de la casa", mantenía un lugar central en la gestión, cohesión y representación de la comunidad familiar.
(2)Concejos vecinales soberanos que sobrevivieron plenamente autónomos hasta el siglo XIX. El batzarre era ni más ni menos que un sistema de democracia directa y participativa, que gestionaba eficientemente todas las necesidades públicas de los pueblos y aldeas, así como los bienes y tierras comunales, que eran la mayoría. Esta forma de autoorganización social fue destruída a causa de la revolución liberal e industrial y la descomunal escalada bélica que marcaron el inicio de la Edad Contemporánea, dos fenómenos que, como bien documenta Félix Rodrigo Mora en sus obras Naturaleza, ruralidad y civilización, Democracia: El triunfo del estado, o Seis estudios entre otras, están tan estrechamente ligados entre sí que no pueden comprenderse el uno sin el otro.
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