Yosada, la madre, sufría de las travesuras de este supremo niño azulado “aquel que por donde pasa desaparece la crema”. Una vez unos niños acusaron a Krishna de “hociquear la tierra y comer la basura como si fuera un cerdo”. Yosada empezaba a reprender a Krishna cuando éste, con su sublime picardía, le dijo “Es mentira, mamá; si no me crees miráme la boca”.
A continuación la descripción que hace Calasso de este mítico momento en su maravillosa obra Ka:
La madre vio abrirse aquellos pequeños labios, cuyas grietas conocía una a una. Yasoda bajó la mirada para escrutar el paladar de su hijo y encontró una inmensa bóveda estrellada que la chupaba. Yasoda viajaba, volaba. Donde hubiera estado el fondo de su garganta se erguia el Monte Meru, sembrado de infinitos bosques. A su lado se veían islas, que quizás eran corrientes, y lagos, que quizás eran océanos. Yasoda respiraba con una tranquilidad desconocida, como si por primera vez saliera el aire libre a través de la boca de su hijo. La visión que más le cautivó fue la rueda del Zodiaco: rodeaba el mundo oblicuamente, como una faja jaspeada.
Yadosa fue aún más allá. Vio la oscilación de la mente, su mutabilidad lunar, sus brincos de mono de una rama a otra del universo. Vio cómo los tres hilos de los que toda sustancia está hecha se enrollaban en ovillos, de los que nacían otros ovillos. Al fondo, vio el pueblo de Gokula, reconoció sus callejones, las ensambladuras de las piedras, las carretas, los manantiales de agua, las flores macilentas. Y finalmente se vio a sí misma, en una calle, mirando la boca de un niño.
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