A Jung le debemos ese enigmático concepto de la sincronicidad: eventos que ocurren conjuntamente sin aparente relación causal pero que son observados de manera significativa. Jung creía que la vida no era una serie de eventos azarosos sino la expresión de un orden más profundo, que llamaba Unus mundus (un concepto similar a la Totalidad Implicada de David Bohm o el Spiritus Mundi de W.B. Yeats).
La sincronicidad puede ser vista como una manifestación de este orden profundo en la superficie de nuestra existencia cotidiana, a manera de una epifanía concatenante.
Jung creía que, al igual que los sueños, la sincronicidad jugaba el papel de dirigir la conciencia egocéntrica del hombre hacia una integración holística.
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